lunes, 23 de abril de 2012

Las costeras



Miran desde el alto cómo suben hasta la loma en las atardecías voces antiguas de mayorales por el camino, seguidas entre la polvareda por
silbidos de pastores y el ladrío de los perros...
Que siguen guiando de recogida la majada, hasta el aguardo de la noche en redil.

Quedan mantenidos, rebosando hasta los topes olores de aliños en las orzas, adobos en artesas, a chacinas curándose en las varas. Salteados entre aromas de condimentos colgando en ristras y manojos, atemperados con el de cantaras en la alacena.


Respiran el aliento que se expande desde las chimeneas encendidas, con el tufo a tizón de jaras y leña de encina caldeando su vieja argamasa. Impregnada del humo que en bucles escapa hasta el zaguán, buscando enredarse con las ondas de la cenefa.


Retiemblan con sobresalto en las noches largas de invierno, cuando atizan la lumbre pantarujas y tios loberos, agrandando su reflejo en la penumbra de la candela.

También sienten el solivianto en el sueño con los mastines, barruntando de escuchas al lobo que acecha todavía. Atajando a paso vivo por berrocales y baldíos.

Y desde dentro se asoman las aldabillas, abriéndose hacia el mismo paisaje... Desde lo que se fue, de aquella forma de vida que quedó difuminada para siempre, en el horizonte del corto espacio de una generación.


Que permanece recogida en los cimientos sólidos, en sus tabiques y rincones. En los muros indelebles de Las Costeras, que la guardan en su memoria.

Reside fija la veleta en el techo, girando al son de los vientos. Y mudándose con el sol, la sombra de la palmera que perenne permanece en la fachada.


Con el relevo de las cigüeñas, como guardas ya en las anochecías.

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