martes, 1 de mayo de 2012

Edelweiss


La Fe, la Voluntad, o la Suerte

El que no sepa rezar,
que vaya por esos mares;
ya veréis qué pronto aprende
sin enseñárselo nadie......

Voy a relatar algo que me sucedió hace ya mucho tiempo; algo extraño e inverosímil; algo sobre lo que he meditado largamente, para lo que hasta la fecha, no he hallado una explicación plausible.

Sucedió en un día de verano, a mediados de la década de los años sesenta, hallándome en Jaca durante el servicio militar, de obligado cumplimiento por aquel entonces. Los jóvenes de mi época, impregnados de un fuerte romanticismo, la mayoría de ellos muy lejos de sus hogares, conscientes de la pérdida de un período de nuestra juventud, de nuestras vidas, vivaqueábamos en los cuarteles, viendo el monótono transcurrir del tiempo, soñando con la ansiada vuelta al hogar, para reencontrar y abrazar a la familia y a los amigos.

Transcurriendo así el paso de los días, en cierta ocasión los jefes militares decidieron sacudirnos la pertinaz modorra cuartelera en la que nos hallábamos sumidos, determinando que se debería llevar a cabo unas maniobras por la Cordillera Pirenaica; puesto que no querían mantener ocioso e inactivo al que pomposamente llamaban Batallón de Cazadores de Alta Montaña.
Así que en una fresca mañana, nos ordenaron agarrar el fusil ametrallador Cetme, nos dieron provisiones para unos días, y nos llevaron en camiones a pegar tiros por allá en las cumbres.

La orden que, a decir verdad ya se barruntaba desde hacía unas semanas, fue recibida con general excitación por parte de la animosa muchachada; puesto que un acontecimiento así, tan señalado, brindaba a muchos de aquellos románticos chavalillos, la ocasión de ir en busca de la Flor de las Nieves: la mítica Edelweiss.

La flor siempre viva e inmarchitable de la alta montaña se había convertido en nuestro sueño; mucho habíamos oído hablar de la misteriosa flor, acerca de la cual se habían fraguado extrañas leyendas que, en momentos de ocio, eran narradas por los más veteranos.
Esta flor, los unos la querían para llevársela a sus madres; otros, la mayoría, en mi caso, para enviársela a la novita, a la muchachita que quedó sola allá en Cataluña, esperando ansiosa el regreso del soldado. Todos soñábamos y anhelábamos en nuestro corazón, que ella nos esperaría con la flor imperecedera, que meses antes habría recibido de nosotros, dentro de un sobre, junto con una carta.....
Llegado el momento, ella que la habría guardado celosamente entre las páginas de un libro, nos la mostraría tan fresca y lozana, como el mismo día en que fue recortada de entre las rocas.

....te prometí pensar en ti,
Pensar en ti, en ti, mi bien,
en ti, Lili Marlen......

Canturreábamos en nuestras correrías por aquellos inhóspitos parajes....Dos días llevábamos por allí, cuando en la mañana del tercer día de maniobras, aprovechando unas horas de descanso, se me ocurrió que bien podría ascender a la montaña que allí se alzaba, justo al lado del campamento. Tenía la corazonada de que allá arriba, oculta entre las rocas, estaría esperándome la preciada flor. Veía la nieve brillar en las alturas; la vista y el corazón se me iban hacia la cumbre.
Decidídamente, pensé, que habría que ir a por ella. Tracé un plan para una escapada y se lo propuse a mis compañeros, pero no hallé a ninguno de ellos que quisiera secundar mi plan.

No lo pensé por mucho tiempo; ya había tomado la firme decisión de encaminarme hacia la cumbre y me fui acercando a los primeros terraplenes. Mis compañeros, sabedores de mi intención, trataron inútilmente de disuadirme, advirtiéndome de los peligros a los que me iba a exponer; sobre todo, si me aventuraba a marchar en solitario. Pero no me hicieron desistir de mi empeño, por más que insistieron; de modo que inicié la marcha y al rato ya estaba subiendo con paso brioso por las escarpadas rampas.

A la media hora de camino ya me sentía agotado, acusando la fatiga, debido a la altura. Bajo un sol implacable, devorado por la sed, me veía obligado a beber a cada momento del agua de los innumerables manantiales que, por suerte para mi, brotaban por doquier; era un agua purísima y cristalina, cuyo frescor inicial se perdía rápidamente al calentarse en la cantimplora, bajo el sol implacable de la alta montaña.
Estando ya cercano a la cima, me detuve exhausto, rendido, jadeante y sudoroso.
Absorto en el espectáculo grandioso de las cumbres, miraba a mi alrededor con la vista arrebatada. El agua que discurría a mis pies....el verde lujuriante....los insectos chirriando en la grama....el cielo de un azul purísimo....la luz cegadora....

Ví a la garduña deambulando entre las peñas. Con la cola, airosa, semejante a un pendón, proclamaba con refinada cautela su dominio sobre aquellas soledades.

Una perdiz nival cruzó temerosa ante mí, seguida de su prole. Asustada por mi presencia, el ave lanzó un graznido de alarma y, volando raso, fue a ocultarse monte arriba, en un lugar pedregoso. Corrí hacia ella con afán de capturarla, o bien de arrebatarle alguno de sus hijuelos. Dí un traspiés y caí rodando montaña abajo. La caída, que fue larga dolorosa e interminable, terminó cuando al fin pude asirme a un saliente en las rocas. Magullado y dolorido, sentía el cuerpo lacerado. Suspiraba aliviado congratulándome de mi buena suerte, cuando me di cuenta horrorizado, de que me hallaba suspendido ante el vacío, con un abismo espantoso a mis pies.

Sin poder moverme, con la punta de los pies, apenas llegaba a alcanzar dos puntos firmes donde apoyarme. Sentía erizarse el vello en mi piel. Pasé así largo rato aterrado, sin atreverme a mover un solo músculo.
Miraba angustiado hacia abajo y con el rabillo del ojo, veía allá al fondo del abismo, la lejanía del campamento, las tiendas de campaña.... Y estando así, en ese estado de incapacidad, aún procuraba serenarme; en un momento dado, llegó a mis oídos débilmente, un redoble de tambor y un toque de corneta. Calculé que habría llegado el momento de pasar lista allá abajo y entonces constatarían mi ausencia; me desesperaba porque no me iban a encontrar hasta horas más tarde, cuando encontrasen mi cadáver; porque sabía que en cuanto me abandonasen las fuerzas, me iba a despeñar irremisiblemente.
Pasaron por mi mente muchas vivencias.....Pensé en mis compañeros, que ajenos a la situación en que me encontraba, no podían prestarme ayuda: me acordaba de ellos y de los amigos a los que más quería. Aquel mozancón de Igualada, que cargó conmigo cierto día de marcha, cuando consumido por la fiebre, me sentía desfallecer. Aquel otro, vasco insigne, con el que compartíamos alegres veladas, mientras el vinillo corría de vaso en vaso, y él hacia sonar el chistu con maestría....Momentos inolvidables que ya no se volverían a repetir.....Y pasaba el tiempo bajo un sol implacable....no podía moverme...ya me sentía desfallecer, rígido e inmóvil...con un pánico cerval....
Y fue justo en aquel momento, cuando yo, que me confieso agnóstico, comencé a rezar; me encomendé a Dios.

Yo no sé qué mecanismo de mi mente se pondría en marcha. Solo sé que algo me impulsó, lo recuerdo perfectamente, a desplazarme lentamente en sentido lateral hacia mi derecha. No sé lo que duró aquel desplazamiento. Mi mente estaba en otra onda; en otras palabras: rezaba.
Y puedo decir, doy fe de ello, que ignoro de que manera, me ví fuera de aquel abismo espantoso.

Bajé confuso de la montaña; iba en un estado lamentable, y llegué al campamento cuando caía la tarde. Salieron todos mis compañeros a mi encuentro, todos ansiosamente me preguntaban si había conseguido encontrar la Flor de las Nieves.... si la llevaba conmigo....Una y otra vez me preguntaban y me preguntaban; pero yo no les respondía. No podía responderles; me encontraba como ausente, absorto en mis pensamientos sobre lo que me había sucedido.......

Después de tantos años, aún sigo en la duda de si me salvé por mis propios medios, o por tener fe y confiar en algo sobrenatural, o por casualidad o por suerte.

Ha pasado mucho tiempo desde entonces. Ahora, meditabundo, viendo pasar los días y las noches de este helado invierno, en mi casa de Pallejá, pienso con frecuencia en lo que aconteció aquel día de aquella década lejana, cuando fui en busca de la sempiterna Flor de las Nieves.
Que, desde luego, fue algo que marcó un hito en mi vida y me dejó sumido en un mar de dudas, en lo concerniente a la fe.

Una vieja canción irrumpe en mi mente recordando....

Edelweiss, Edelweiss, linda flor....
Feliz de conocerte
Pequeño botón de nieve
En mi tierra bendita
vivirás para siempre.

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