lunes, 24 de junio de 2013

La chicharra emprendedora


La abuela fue vecina de toda la vida de su madre, vivieron desde siempre en la misma calle, por eso sabía tan bien su historia, fue quien me la contó. Aunque luego se dijeran tantas cosas sobre aquella chicharra, inciertas la mayoría. 

La verdad... Es que eran varios hermanos, aunque ella destacó siempre, desde bien chica. Ya nació curiosa, abrumando incluso luego a su madre con preguntas, de porqués, los comos, y cuandos. Tan impaciente, deseando salir de la galería donde creció, dejar de comer raíces, probar la savia, estrenar sus cuatro alitas.

Y cuando por fin pudo asomarse a la luz del sol, todo la impresionó, todo lo quiso conocer, y practicar. 

Lo primero que se hizo fue amiga de las libélulas del prado húmedo cercano. Le contaron que de chicas ellas sabían nadar, que habían nacido en el agua, y que al crecer tuvieron que salir de su primer traje. Cuando se les secaron las alas, ya pudieron echarse a volar. Y que unos pájaros malos se las quisieron comer.

Pero como la chicharra era valiente y atrevida, se acercó a los gorriones para preguntarles que ellos como tenían unas alas tan enormes. Con una gran algarabía se rieron de ella, -Entonces tú no has visto todavía lo que son unas alas grandes!. -Espera y verás a que lleguen las grandes de verdad.

Cuando conoció por fin a las grullas, y le contaron de su viaje, del norte, de la nieve que nunca había visto, las corrientes de aire en el cielo, como impresionaron a la pequeña chicharra. - Calla!, calla!, le grullearon todas cuando ella quiso enseñarles también el sonido que aprendía, practicando con la barriga

Desde su conversación con las grullas, lo que ya siempre quiso fue viajar. Y en la medida que le daban sus cortas alas, lo hizo. Fijándose en cada cosa que veía. Como era una chicharra inteligente, se dio cuenta que nunca podría hacer grandes distancias, y que también tendría que buscarse la vida. 

En esto que conoció por los matorrales a un mirlo madrugador que escarbaba por allí. Desde los primeros silvos y chirreos se entendieron bien, que en esos pequeños viajes había aprendido idiomas además. Y como ya lo tenía todo más o menos planeado, contrató aquel mirlo risueño para iniciar su negocio. 

Empezó solo con ese pájaro, pero luego juntó una buena bandada. Se dedicaban al transporte de mercancías... Que si las hormigas no podían acarrear un pesado trozo de algo, le hacían el servicio hasta el hormiguero. O que si a un escarabajo pelotero se le formaba demasiado grande la bola y ya no podía tirar con ella, le prestaban ayuda en el camino. Y así, con sucursales abiertas por todo el campo...También trabajaban mucho para las abejas, porque ellas el polen lo acarreaban bien, pero luego no podían con los botes de miel, cuando ya quisieron quitarse intermediarios de encima. 

Como el negocio se iba agrandando, tuvo que contratar un equipo de lechuzas para que le llevaran el papeleo, les gustaba más bien trabajar de noche.

Mientras, quitada ya del engorro de oficina, dedicaba su tiempo a buscar posibles clientes... Por los tallos de la avena loca, invitando a savia en los troncos de los pinos. 

Me contó también la abuela, que por aquellos entonces no los dejaba dormir una gotica de siesta. Que entre jugo y jugo de savia por las arboledas le presentaron a la chicharra con el oviscapto más bonito que había visto en su vida. De la que se prendó de momento, dedicándole ya todos sus chicharreos. 

(Es que si le hubiéramos llamado chicharro, habría sido un pez, y cambiado ya toda la historia. Pero como la nuestra sonaba los timbales de su barriga, era chicharra chico, seguro.)

Con el tiempo fue ampliando la empresa que dirigía con tanto éxito...Hasta por ultramar se expandieron. Ideó mandar desde el interior los pedidos con las cigüeñas a las gaviotas, estas se los iban pasando a los alcatraces, hasta que llegaban a los albatros. Que traían la mercancía cuando venían a tierra. Papagayos y cotorras pudieron disfrutar ya de menús tropicales.

Fue luego, cuando la crisis afectó también su negocio. Y no pudo hacer frente a los intereses de los créditos que tenía con las hormigas, cuando surgieron todas las habladurías. Pero a la cigarra, que ya tenía otros planes a la vista de sus antenas, le importaron bien poco aquellos cuentos. Volvió por unos años a las galerías donde había crecido bajo tierra, para estudiar detenidamente nuevos proyectos... Y por allí parece que sigue.

Lo sé porque la abuela además de vecina, también fue comadre de la suya, que vive todavía. Y me lo ha contado.

Hasta igual nos sorprende cualquier día esa chicharra, que su cuento todavía no ha terminado...

Almanzor


Me limito a contaros lo que me enseñó un maestro que tuve, historiador fecundo, acerca de un personaje mítico que fue azote de la cristiandad, allá por el siglo X de la era cristiana.

ALMANZOR

Sobre su tumba se escribió:

Sus hazañas te informarán sobre él,
como si con tus propios ojos lo estuvieras viendo.
¡Por Allah, que nunca volverá a dar el mundo nadie como él
Ni defenderá las fronteras otro que se le pueda comparar!

Por su parte los Cronicones y Anales cristianos consignaron:
Engendro diabólico, movido por el genio del mal, atraía a los cristianos con una tolerancia aparente y al mismo tiempo profanaba sus santuarios.

.......Si ya es difícil estudiar con criterio imparcial la Historia de España,
harto dificultoso es el estudio de un personaje como Almanzor que vivió en pleno siglo X, en una época en la que reinaba la más absoluta oscuridad histórica. Sin embargo, nos ha quedado, testimonio de historiadores tales como Ibn Hayyan (La gesta de los Amiríes) ó Ibn al -Jatib. También, por parte cristiana, en lo concerniente al personaje, nos quedaron los antiguos cronicones escritos por los monjes medioevales, que hoy en nuestros días se nos ofrecen con mayor o menor grado de verosimilitud.

A Muhammad Ibn Abú Amir, Almanzor, se le supone nacido en un territorio llamado “Turrush” cercano, al parecer a Algeciras. Algunos aseguran que era natural de Torrox, prov. De Málaga , hijo de una familia árabe originaria del Yemen. Fue un joven brillante, licenciado en Derecho y en Letras en la Universidad de Córdoba; y destacó tanto por sus cualidades, que pronto iniciaría una fulgurante carrera política que lo llevaría a la Corte del Califa, Alhakem.

A la muerte del Califa se disputaron el trono el hermano del fallecido, el gran visir Cháfar y su jefe militar, un prestigioso general, llamado, Galib.

El joven Almanzor, sabedor de lo que más le convenía, supo maniobrar entre los dos principales poderes políticos, tomando partido por el militar desposándose además con una de sus hijas. Una vez consolidado Galib en el poder, es cuando Almanzor se enfrenta con las armas a su suegro infligiéndole una derrota en la famosa batalla de San Vicente, en la que perece el propio Galib. En un gesto de crueldad inaudita, Almanzor le envía la cabeza de éste a Asma, su esposa, la hija del infortunado general.

A partir de entonces, es cuando se erige en el dueño y señor absoluto de Al-Andalus, confinando al Califa-niño, Hixem II, allá en los palacios dorados de la Medina Azahara.

Y también es a partir de ahí, a finales del siglo X, cuando la cristiandad padece una a una todas las 56 campañas del invicto caudillo amirí. Él asoló ciudades, y fue arrebatando uno por uno a reyes y condes cristianos, los territorios que tan arduo trabajo había costado fundar y repoblar.

La hegemonía leonesa estaba herida de muerte.

Almanzor. El Manssur (El Victorioso) atacó Santiago de Compostela, destruyó la iglesia y llegó ante el sepulcro del Apóstol Santiago, que no llegó a destruir. Dice la leyenda, que un rayo cayendo entre su caballo y la tumba del Apóstol lo hizo marchar de allí, preso de un miedo supersticioso. Mientras tanto, los cristianos, también sumidos en un miedo pavoroso, se refugiaban tras las murallas de Lugo, amedrentados ante el poderío del musulmán.

Dicen las crónicas cristianas:

"Pero al fin la divina piedad se compadeció de tanta ruina, y pasados doce años pereció con su ejército, golpeado por el Señor".

Finalmente, se acabaría el constante martilleo islámico sobre los territorios cristianos, cuando en su 56ª campaña, regresaba a Córdoba, después de haber destruido el Monasterio de San Millán de la Cogolla. Las crónicas musulmanas nos dicen: “En la campaña quincuagésimo sexta, en la que falleció, había salido de Córdoba estando ya enfermo, víctima de una peste asquerosa, y aun así hizo botín. Empero la enfermedad lo obligaba a regresar a Córdoba, pero murió y fue enterrado en la frontera, en Medinaceli, el veintisiete del Ramadán del año 1002”

Y el Cronicón Silense señaló con terrible brevedad:
“Año 1002, mortus est Almanzor et sepultus est in inferno”

Yo añadiría que en Calatañazor no perdió Almanzor su atambor. Si bien el conde castellano Sancho García no perdió ocasión de atacar la retaguardia de un ejercito en retirada, con su jefe ya sexagenario y enfermo.

sábado, 8 de junio de 2013

Con un pulpo en el jardín


Había estado ese día por el cabo, buscando anémonas y moluscos en las charcas intermareales. Recuerdo aquel instante de sobresalto, el pequeño roce, como una mínima caricia en el dorso del pie. Medio sumergida fotografiando unas caeruleas que había pegadas a la pared del arrecife, sería entonces.

Por eso luego no me extrañó tanto.

Después de enjuagar las gafas y aletas de buceo con agua dulce, ahuyentando ya al fresco de la tarde hasta la última mota de arena en el objetivo de la canon. De fondo el caceroleo de Jorge en la cocina, que de nuevo se había acoplado a cenar. Justo ahí fue cuando me sorprendió, escurriéndose desde los flecos cortados desiguales del pantalón, como un chorrito de agua salada todavía.

Asistí solo con esa indolente laxitud veraniega de vino tinto al traslado. Como desde el borde del bolsillo de mis vaqueros, se iban asomando parsimoniosos aquellos ojitos atentos, resbalando hasta la teca del larguero en la silla.

Y como mi amigo a cenar, él se acopló a la rutina de mi vida.

Tampoco coincidimos mucho, no sé como se entretiene en el hueco de mis tiempos. Solo alguna vez lo pillé buscando a Lenon en yutube. Independiente, va a su aire (o aguas), no suele acercarse por estos espacios secos de la casa. Más de perderse en los patios y el jardín, también he notado que se encierra bastante en su baño. Siempre procura no llamar la atención cuando hay visitas, ellos hacen como que no lo ven.

No da ruido ninguno, y yo me he hecho a su presencia, más habitual y cotidiana que insólita.

Alguna vez viene y se sienta en el sofá, mirando con extrañeza como se escurren mis lágrimas delante de algún melodrama. Pero nunca, de más estuviera, ha hecho por acercar ni una de sus ventosas para coger el mando de la tele. Aunque diría que le gustan más las de risa.

Un día salimos. Bajó también hasta la playa, nos sentamos en el chiringuito con los pies, bueno, él los tentáculos, hundidos en la arena . Si se le habrá pegado pensé alguno de los gestos propios para ver pelis, diría que por el sifón se le escapaba como un suspiro.

Ya, claro!, procuro siempre irme a hurtadillas cuando salgo. Luego busco rastros en las baldosas, barruntando con aquella mirada de añorante deseo a las olas. Como el que no quiere, pendiente de su vuelta

.....

Es lo que tiene tragar agua salada 

jueves, 6 de junio de 2013

El sapito sin pilila

Esto era una vez un sapito sin pilila que vivía en una charca cercana a un camino. El camino subía una pequeña cuesta y terminaba en una casita de labradores abandonada.

El sapito creía que estaba solo en aquél paraje y todas las noches se asomaba al borde de la charca y comenzaba una serenata nostálgica ¡croac! ¡croac!. Pensaba que ninguna ranita acudiría a sus cantos desafinados, ¿quién podía querer a un sapito sin pilila metido dentro de un charco? Pero era feliz, le cantaba a la luna, la luna estaba lejos ¿qué podía saber la luna si tenía o dejaba de tener pilila? Y la luna, su luna, le sonreía siempre.

Una noche cualquiera se asomó como siempre al borde de la charca y comenzó su serenata "¡croac! ¡croac!" y así siguió durante tiempo y tiempo. Cuando más emocionado estaba mirando a su luna, oyó el chapoteo de algo junto a él.

–¿Qué será?–, pensó el sapito. Miraba a su alrededor, sin parar de croar, pero no veía nada, parecía que hasta la luna se reía de él esa noche inundando su espacio de sombras. Y de repente… ¡la vio!… Era una preciosa ranita de san antonio, delgadita, estilizada, sonriente, coqueta. Los croídos del sapito de ahogaron en su garganta, se quedó mudo. La ranita se le acercó y rozándole el lomo con su bocaza, le dijo:

-–¡Hola, sapito! ¡Qué bien cantas!
El sapito se puso colorado, y comenzó a croar, esta vez no a su luna sino a esa ranita que la charca le había traído a su lado.

–¡croac!–, dijo tímidamente. Y continuó –¡croac! ¡¡croac!! ¡¡croac!!–, cada vez más crecido.

La ranita lo miraba embelesada, el sapito cantaba mal pero estaba cachas, y ella andaba algo removida porque era primavera y, ya se sabe, en primavera se remueve uno. Y no había otras charcas ni otros sapitos en las proximidades a los que acudir para desfogar sus ansias reproductoras.

-–¿Cómo te llamas?– le preguntó la ranita al sapito, rozándole las ancas con sus patas delanteras de modo insinuante. El sapito, que nunca se había visto en una situación parecida, le contestó:

–Me llamo… ¡el sapito sin pilila!

Entonces, la ranita se separó de él y comenzó a palparle la entrepierna (la entreanca en este caso), buscando ávidamente algún bulto paquetetiano. Al sapito se le escapó una lagrimilla, que se disolvió en las aguas putrefactas del charco.

–Sí–, contestó casi sin voz, –soy el sapito sin pilila– y croó ahora muy, muy lastimeramente.

La ranita, que era muy buena persona, le pasó con ternura una pata delantera por la cabeza y le dijo:

–No te preocupes, sapito sin pilila; ahí arriba, en la casa abandonada, hay una ratita que es algo viciosilla, rara, le gusta hasta la poesía, y seguro que le da igual que los sapitos tengan o no tengan pilila, ella te puede dar compañía, caricias y todo lo que desees–. Y dando un salto desapareció en las sombras en busca de sapìtos mejor dotados, que seguía removida, qué le iba a hacer.

El sapito, después de unos minutos de desconcierto, salió del agua y comenzó a ascender por el camino que conducía a la casa. Por fin llegó a la puerta y tocó en ella ¡toc!¡toc!. Alguien le contestó desde dentro "

–¿Quién es?
–Soy… el sapito… sin pìlila...– contestó el sapito tímidamente, –¿me dejas pasar a tu casita?–

Y la ratita, porque es obvio que era la ratita, si meto otro personaje en este cuento a esta altura esto no va a terminar nunca, le preguntó:

-–Y ¿qué vas a hacer por las noches?

El sapito sin pilila se quedó mudo, jamás le habían preguntado que qué iba a hacer por las noches. Además ¿qué se podía hacer por las noches excepto croarle a la luna?. Luego de un rato en silencio, contestó a la ratita:

–¡Croarle a la luna mis mejores croídos!

Y quedó esperando la contestación de la ratita, en silencio. Al cabo de unos segundos, que al sapito sin pilila le parecieron una eternidad, crujió el picaporte de la puerta, y esta comenzó a girar lenta, muy lentamente, dejando pasar por el hueco un rayo de luna que se coló hasta el interior de la casa.

domingo, 10 de febrero de 2013

Un "escritor" intermitente

Vivía en ese páis árido, donde la indolencia cabalga paralela al calor y el exceso de luz. Habitaban su mente multitud de historias que venían descolgándose en sus sinapsis cerebrales sobretodo en las últimas fases del sueño, cuando todo es y no es, cuando todo es y deja de serlo al transcurrir el día. Pero en esos momentos las historias se conformaban con claridad, con lógica, desenvolviéndose cual trama, finiquitándose en epílogos cargados de coherencia literaria.

El escribidor intermitente, indolente, olvidado el sueño, la trama, el epílogo, hace planes un día y otro para colocar en su mesilla de noche un bloc y un bolígrafo que le faciliten su abulia temprana, la pereza en el nido caliente, el recuerdo de aquella historia tan redonda que revoloteó antesdeayer...¿cómo era?

Ha comprado el bloc. Lo ha metido en su bolso de piel y lo transporta de un lado a otro con la incierta certeza de que las musas no son hadas diurnas, ni nocturnas, ni crepusculares. Son hadas, volátiles, voladoras, volanteras, volitivas, caprichosas, rebeldes a veces, díscolas las más.

Saltó de la cama y agarró con fuerza el Pilot ensartado en el gusanillo del bloc. La historia se esfumó de su mente como por ensalmo. Se quedó en blanco en la espera: dos minutos.
Apretó los dientes, abrió el cuaderno y escribió con determinación:

"Nueve de febrero de 2013. Siete menos cuarto de la mañana. Hace siglos que no escribo nada en "El Jardín de los Cuentos". Mañana será otro día. ZZZZZZZ

Dedicado a esos maravillosos relatos y poesías que habéis ido introduciendo en mi ausencia (intermitencia).

Manu   10 de febrero de 2013