La abuela fue vecina de toda la vida de su madre, vivieron desde siempre en la
misma calle, por eso sabía tan bien su historia, fue quien me la contó. Aunque
luego se dijeran tantas cosas sobre aquella chicharra, inciertas la
mayoría.
La verdad... Es que eran varios hermanos, aunque ella destacó siempre, desde
bien chica. Ya nació curiosa, abrumando incluso luego a su madre con preguntas,
de porqués, los comos, y cuandos. Tan impaciente, deseando salir de la galería
donde creció, dejar de comer raíces, probar la savia, estrenar sus cuatro
alitas.
Y cuando por fin pudo asomarse a la luz del sol, todo la impresionó, todo lo
quiso conocer, y practicar.
Lo primero que se hizo fue amiga de las libélulas del prado húmedo cercano. Le
contaron que de chicas ellas sabían nadar, que habían nacido en el agua, y que
al crecer tuvieron que salir de su primer traje. Cuando se les secaron las
alas, ya pudieron echarse a volar. Y que unos pájaros malos se las quisieron
comer.
Pero como la chicharra era valiente y atrevida, se acercó a los gorriones para
preguntarles que ellos como tenían unas alas tan enormes. Con una gran
algarabía se rieron de ella, -Entonces tú no has visto todavía lo que son unas
alas grandes!. -Espera y verás a que lleguen las grandes de verdad.
Cuando conoció por fin a las grullas, y le contaron de su viaje, del norte, de
la nieve que nunca había visto, las corrientes de aire en el cielo, como
impresionaron a la pequeña chicharra. - Calla!, calla!, le grullearon todas
cuando ella quiso enseñarles también el sonido que aprendía, practicando con la
barriga
Desde su conversación con las grullas, lo que ya siempre quiso fue viajar. Y en
la medida que le daban sus cortas alas, lo hizo. Fijándose en cada cosa que
veía. Como era una chicharra inteligente, se dio cuenta que nunca podría hacer
grandes distancias, y que también tendría que buscarse la vida.
En esto que conoció por los matorrales a un mirlo madrugador que escarbaba por
allí. Desde los primeros silvos y chirreos se entendieron bien, que en esos
pequeños viajes había aprendido idiomas además. Y como ya lo tenía todo más o
menos planeado, contrató aquel mirlo risueño para iniciar su negocio.
Empezó solo con ese pájaro, pero luego juntó una buena bandada. Se dedicaban al
transporte de mercancías... Que si las hormigas no podían acarrear un pesado
trozo de algo, le hacían el servicio hasta el hormiguero. O que si a un
escarabajo pelotero se le formaba demasiado grande la bola y ya no podía tirar
con ella, le prestaban ayuda en el camino. Y así, con sucursales abiertas por
todo el campo...También trabajaban mucho para las abejas, porque ellas el polen
lo acarreaban bien, pero luego no podían con los botes de miel, cuando ya quisieron
quitarse intermediarios de encima.
Como el negocio se iba agrandando, tuvo que contratar un equipo de lechuzas
para que le llevaran el papeleo, les gustaba más bien trabajar de noche.
Mientras, quitada ya del engorro de oficina, dedicaba su tiempo a buscar
posibles clientes... Por los tallos de la avena loca, invitando a savia en los
troncos de los pinos.
Me contó también la abuela, que por aquellos entonces no los dejaba dormir una
gotica de siesta. Que entre jugo y jugo de savia por las arboledas le
presentaron a la chicharra con el oviscapto más bonito que había visto en su
vida. De la que se prendó de momento, dedicándole ya todos sus
chicharreos.
(Es que si le hubiéramos llamado chicharro, habría sido un pez, y cambiado ya
toda la historia. Pero como la nuestra sonaba los timbales de su barriga, era
chicharra chico, seguro.)
Con el tiempo fue ampliando la empresa que dirigía con tanto éxito...Hasta por
ultramar se expandieron. Ideó mandar desde el interior los pedidos con las
cigüeñas a las gaviotas, estas se los iban pasando a los alcatraces, hasta que
llegaban a los albatros. Que traían la mercancía cuando venían a tierra.
Papagayos y cotorras pudieron disfrutar ya de menús tropicales.
Fue luego, cuando la crisis afectó también su negocio. Y no pudo hacer frente a
los intereses de los créditos que tenía con las hormigas, cuando surgieron
todas las habladurías. Pero a la cigarra, que ya tenía otros planes a la vista
de sus antenas, le importaron bien poco aquellos cuentos. Volvió por unos años
a las galerías donde había crecido bajo tierra, para estudiar detenidamente
nuevos proyectos... Y por allí parece que sigue.
Lo sé porque la abuela además de vecina, también fue comadre de la suya, que
vive todavía. Y me lo ha contado.
Hasta igual nos sorprende cualquier día esa chicharra, que su cuento todavía no
ha terminado...