lunes, 24 de diciembre de 2012

Un cuento por Navidad


Corrían los niños por el parque al atardecer, era un juego sencillo como tantos otros; de pronto Jaime se cruzó de brazos y enfurruñado gritó a Miguel:

-¡Qué así no era!, ¡que me tocaba a mí la vez!
- Qué quieres que te diga, - respondió con sorna su amigo - pues a mí me parece que me tocaba a mí.
- ¡Chincha!, pues va a ser que no.
- ¿A que no te ajunto?...

Así hubieran estado, discutiendo hasta la madrugada (chiquilladas, cómo no), si sus madres no les hubieran llamado para la cena de Nochebuena. Ellos miraron asombrados, como despertando de un sueño
al oír las dulces voces que les reclamaban y con paso ligero se encaminaron a sus hogares.

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La familia de Jaime ya estaba en la mesa; el tío Julián comenzaba ya a saborear el jamón cuando el abuelo, tintineando con la cucharilla de postre en la copa de vino mandó callar a todos, tenía algo que decir:

- Me alegra ver aquí a todos mis nietos juntos de nuevo después de nueve años, y mas sabiendo que no me volverán a ver...

Se hizo un tenso silencio, hasta ese momento sabían que el abuelo estaba enfermo, pero no sabían el alcance del mal.

- Pero no os pongais tristes por mi culpa, que hoy es día de celebración y alegría; ya llegará el momento de llorarme, de momento disfrutad conmigo de una última y auténtica Navidad. Apagad el televisor y cantad hijas mías como vuestra madre os enseñó.

Quizás fue que sus palabras obraron el milagro, o puede que no tuviesen nada que ver... el caso es que aquella Nochebuena fue de las mas felices para Jaime y sin duda la que le llegó mas hondo al corazón.
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Miguel estaba sentado disfrutando de los polvorones y con un ojo puesto en su madre; bien sabía ya que Santa Claus lo había inventado la Cocacola, eso le había dicho su hermana, así que se imaginaba que en cualquier momento saldría a colocar los regalos junto al árbol. Pero no, esa noche ninguno se movió de su sitio hasta irse a dormir, a la mañana siguiente vio que no había presentes para nadie.

- He sido un niño bueno, ¿por qué no he recibido nada? - le preguntó directamente a su madre - Miguel, sabes que no tenemos dinero y que se nos hace dificil mantener en pie esta casa y esta familia; si quieres un regalo imperecedero ya lo tienes con nosotros - le dió un cálido beso en la mejilla - Ésta es nuestra Navidad.

Miguel guardó silencio y mas tarde lloró en la soledad de su habitación: "¿Por qué?... ¿Por qué?", gemía entre llanto y lamento.
Desde aquél día dejo su infancia aparcada al pie vacío del árbol de plástico

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