jueves, 9 de febrero de 2012

El celemín


En la misma base de la última capa, la del principio en el tiempo de mi memoria se instaló y quedó fijado ya para siempre. El primer olor con el que lo asocio es a grano, paja seca y cuerpo de mamífero. También a humo espeso de tabaco liado.

Luego mi recorrido se hizo lejano y forastero, desatento también con los pequeños objetos comunes y cotidianos, hasta con las palabras que los nombran. Pero él imperturbable siguió trabajando en su cometido de ancla cálida para mis pasos veloces.

Cuando volví a tropezármelo, casi con descuido todavía, el olor a establo ya andaba lejano. También se había ido el olor a humo con el abuelo.

Por aquellos entonces medía el celemín jabón en pastillas de olor a lilas en el baño de mi madre. Jabones que tantas veces navegaron por crestas blancas de espuma derramándose en la bañera, con velas de algodón peinado azul. Y las manos pequeñas de mis hijos al timón de su asa.

Nunca hacía largos trayectos. Su siguiente parada hacia el puerto definitivo que luego sería la cocina, fue el rincón que hace la pared del patio interior terracota y añil con el pasillo claro.

Allí pasó bastantes años, recogido por la puerta cuando se abre a sol y oreo, pendiente del que pasaba, al pie verde de una pilistra. Y yo, viaje a viaje iba llenando su capacidad con opérculos de caracola que le iba buscando en días de playa. Se asomaba entonces midiendo también el sabor a mar.

En una de aquellas vueltas desde el sur, sería ya a la tercera o quinta vez que caminé el largo pasillo, me asaltó la instantánea preocupación porque no conocía el horizonte de su nuevo rumbo. Con el temor de haberlo perdido, que andara ya midiendo algún capricho de mis hermanos…Mamá, el celemín?!.

Y el gesto calmado de mi madre señalando su siguiente destino, apenas unos pasos más allá. Medía almorzadas de almendras partidas en la última balda de la despensa, luego también a veces se alegró con las rosetas de maíz. Hasta sopesó los límites de algún membrillo oloroso en sus tiempos de aromas en la despensa.

Ahora está al mando de los caprichos de Mª José, en lo alto del práctico, moderno y tan funcional microondas lo tiene. El viejo celemín del abuelo Nicolás ha vuelto a medir pastillas.

Junto a la ventana, recibiendo en el dorso la luz que se cuela por el encaje de la cortina, ocupa el rincón primero de la mañana, escuchando todo de voces femeninas, oliendo el café. Y sacando las cuentas, desde su pedestal lacado blanco pendiente también a los números y colores de los envases que mide.

Atento a la voz cantarina y explicativa de María…En cuanto despierte tienes que echarle en agua la efervescente, que se la tome lo primero, me dice. Con el desayuno estas dos, mira que son de pautas fijas, no se te vaya a olvidar. A las doce hay que darle otra vez las mismas, también esta coloraína. Y una de las que le recetó don Aurelio. A las tres una de las naranjitas y el permixón, luego con la merienda el sobre y …Pero ¿Te estás enterando?, espera María, espera, que saco la agenda.

Debajo del vasar el celemín todo seriote calibra nuestras risas. Lo miro, y desde el hueco abierto de su boca entre las dos tablas recojo el guiño que me hace. Sabe que el consuelo, y la tranquila confianza está en la garantía de lo que mide.

En su capacidad está ahora también mi alegría. La alegría de tenerlo.

1 comentario:

Framboise dijo...

Lleno de olores, colores y sabores de toda una vida. Precioso. Emotivo...
¿Sospecharía el artesano que le dió vida, el recorrido que le esperaba? Para mí, que sí. Un poco de su sangre y calor dejan las manos que crean.
Un abrazo y sonrisas... sin medir ;)