domingo, 5 de febrero de 2012

Jaco


A Jaco lo conozco desde ni se sabe. Compañero de colegio y de universidad, siempre fue “el otro”, el diferente, el que no fumaba cuando no fumar se consideraba poco elegante y poco varonil, el que prefería un paisaje de día a un cubata de noche. Caminaba a contracorriente, estorbando; o se mudaba a la acera de enfrente, la que no tiene escaparates, para ir solo sin molestar a nadie. 

–Eres muy raro –le decíamos. 
–Sí –contestaba; o no contestaba nada. 

Acabados nuestros estudios universitarios, la vida nos separó. Tardé mucho tiempo en reencontrarlo. Hace tres años, cuando ya ambos peinábamos canas y calvas, me lo tropecé en la acera de una calle cualquiera sin escaparates. Parecía feliz. Me contó su vida: cuatro cambios de trabajo, tres veces separado, varios hijos de madres diferentes, cinco continentes, a punto de jubilarse... y enamorado de nuevo. 

–Ni te imaginas cómo es –me dijo –, veinte años más joven que yo, alegre, vital, cariñosa, me tiene pillao, enamoriscao, encoñao, y además está colada por mí –, y acompañaba su exposición con sonrisas y grandes gestos con las manos y el cuerpo que demostraban una enorme alegría, una felicidad imposible de disimular.
–¿Cómo se te ocurre, a tus años? –le dije, enfadado y absorto–. Ya no estás para esos trotes, Jaco, cualquier día te da un parraque y te quedas panza arriba o panza abajo, a tu edad no hay que hacer el burro, sal con los amigos a echar la partida de mus, o a tomarte un cafelito al bar de la esquina, y luego vuelve a casa a dormir la siesta, es lo que hay que hacer a nuestras edades, deja de soñar. 
–Sí, eso es lo que me dicen mis ex-mujeres, mis hijos, mi prima, la asistenta y el cura de mi barrio –me contestó Jaco, mirándome sin perder la sonrisa y antes de despedirse. Y se alejó caminando, ágil y sonriente, por la acera de la calle sin escaparates. 

Ayer me lo volví a encontrar prácticamente en el mismo lugar. Estaba, no sé cómo decir, tristón, apagado. 

–¿Qué te pasa? –le pregunté.
–Me ha dejado antes de ayer –me contestó con la mirada fija en el suelo. 
–¿Ves? –me abalancé sobre él casi con furia– ¡Has estado haciendo el ridículo durante estos tres últimos años, mira que te lo dije, seguro que se ha ido con alguien de su edad! Cómo podías creer que estaba loca por ti, ¿eh? ¡Tonto, que eres un tonto iluso! Jaco no dejaba de mirar al suelo. Al cabo de un rato, me contestó:
–Sí, tienes razón, es lo mismo que me han dicho mis ex-mujeres, mis hijos, mi prima, la asistenta y el cura de mi barrio.
–Anda, vente conmigo –le dije dándole un abrazo–, que he quedado con unos amigos a tomar un orujito y a echar la partida en el café de la esquina. 

Anduvimos unos metros, sin hablar; hasta que poco a poco la sonrisa fue volviendo al rostro de Jaco. Se colocó unos cascos en los oídos y comenzó a canturrear al ritmo de la música que estaba escuchando: 

“Puede que sea esta la canción, la que nunca te escribí, 
tal vez te alegre el corazón, no hay más motivo ni razón, 
que me acordé de ti. 
Yo me fui, no sé hacia dónde, solo sé que me perdí. 
Yo me fui, no sé hacia dónde y yo solo me perdí; 
hay un niño que se esconde siempre detrás de mí”

Se soltó de mi brazo, me despidió con un gesto de la mano, y desapareció por la esquina de la calle que no tenía escaparates, bailoteando rítmicamente, rumbo a solo sabe él qué nuevos senderos. 

Incorregible; este Jaco se nos condena, fijo...

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