domingo, 25 de marzo de 2012

A la puerta


Debió nacer como crecen todas las cosas pequeñas, y las mayores, hasta las cosas extraordinarias. A golpe de instantes lentos, en una larga y pausada sucesión de fracciones casi imperceptibles. Como llega también el momento preciso para saber que están.

Y fue en uno de esos días intermedios de primavera. Bajaría como cada mañana con el mismo paso precipitado, en algo de desaliento primaveral reservado a ratos para esa estación. Ya la altura del tercer escalón haría también el leve giro de rutina, esquivando en la cara el roce de una rama desbordada de la grevillea. A veces los cuento, seis, siempre son los mismos, luego el rellano y otros nueve, los escalones. En el antepenúltimo, la pizarra caprichosa que dibuja las aguas esbozadas de un corazón. Traspasé la cancela y ya en la calle, mientras buscaba con el mismo descuido de todas las estaciones las llaves en un bolso sin fondo, la vi.

Solo era una matica, pero me llamaron la atención primero sus hojas, tan delicadas, distintas a las de otros jaramagos callejeros vecinos. Le miré el tallo, esbelto y estilizado, todavía sorprendida me incliné a mirar como sus raíces se asentaban en la pequeña oquedad, entre el bordillo neutro de la acera y el asfalto negruzco de la calle. Pero que festiva sorpresa aquella mañana de primavera boba.

Justo a la puerta de mi casa había nacido una amapola!.

Y según pasaban los días se iba agarrando a la vida, ajena al tráfico, a los balones infantiles, las vecinas curiosas. Empecinada y tenaz ella iba creciendo, aguerrida le pusieron, cuando ya no me quedó más que presumir con orgullo de mi amapola. La miraba constante y atenta, era el primer pensamiento anterior al sueño, por las tardes me sentaba al lado de la ventana a mirarla. Coloqué piedras blancas alrededor de su tallo para que no la atropellaran, la protegía de tantas formas... Lo primero al levantarme era salir alborotada a mirar si todavía estaba. Al pasar la rozaba, que un instante nada más, enseguida volvía.

No sé cuantos días, ni si durante ese tiempo fue el eje elemental de mi vida, quizás. No me fijé en que luna abrió, pero de madrugada, como nacen seguro todas las amapolas. La acompañé mientras iba desplegando lentamente el primer capullo, miré también como sus pétalos se tersaban según amanecía. Llegó muy pronto a la belleza madura, crece tan rápido una flor de amapola. Que hermosa, o serían los ojos con que la miraba haciéndola única y especial. Depositaria de la primavera entera

Luego salí, apenas el pequeño instante para el recado de un sábado. La miraría al pasar, tocaría de nuevo con la yema de los dedos uno de sus pétalos. No me entretuve nada, pero cuando volví se la habían llevado, ya no estaba. Quedó solo la pequeña grieta, oscura y vacía donde se habían cobijado sus raíces.

Se lo había dicho, ¿o solo lo pensaría?, pero me enfadé tanto con ella. Que no era sitio aquel, a la puerta de mi casa para nacer una tierna y frágil amapola. Es que no sabía que las delicadas púas de su tallo no la protegerían en mitad de la calle.

Cuando el levante trae ya olor a temporal, y arrastra hasta el porche hojas desde la avenida, todavía sigo disgustada con ella. Pero que tonta aquella amapola!

Verano 2.011

3 comentarios:

narradores de infojardín dijo...

Mercedes, me encanta cómo escribes, lo sabes. Perdona mi licencia de incorporar tu anterior texto al blog aunque no lo escribieras con esa intención, pero a veces uno siente deseos irreprimibles :)

diego dijo...

Pobre amapola, harta de que la llamasen "mala hierba" en el campo de trigo, quiso nacer a la puerta de tu casa, entre el asfalto improductivo. Pero ni allí encontró su lugar... Triste sino el de la belleza en un mundo tan material...

Mercedes dijo...

Y a mi me encanta tenerte por esta vez de comentarista.

Porque supongo que eres el mismo?

Quizás tienes razón, malos son los tiempos que corren para la belleza, la delicada belleza que no tiene el coste material ni de una entrada. Pero siempre quedarán ojos, objetivos, una palabra para buscarle aunque sea frágil y pequeño, un hueco. También lo sabes.