domingo, 15 de enero de 2012

¿Cuándo amanecerá, Mohamed? (1)


El varón que va con andar brioso, por un sendero de verdes orillas, no siente nostalgia, ni le pesa amargura alguna por el tiempo transcurrido unas décadas atrás. Ha cumplido 56 años de su vida. Es una tarde templada de finales de verano y le acompaña su perro Teté, un moloso raudo de patas, que corretea entre matorrales de brezo, alegre y ufano de su fuerza arrogante.

La mole imponente del macizo del Montserrat se yergue majestuosa ante el hombre y su perro. La vista arrebatada vuela hacia las cumbres. En la paz sosegada del entorno, el hombre siente en su rostro la brisa que desde allí le llega y, en su corazón generoso, sonríe a la vida y se alegra en el alma. En su caminar, ahora se encuentra ante unos huertos diminutos. Son unos palmos de tierra que cultivan con esmero, hombres que, desde el Atlas, llegaron allí hace algunos años.

¡Campo sarraceno! musita entre dientes el hombre del perro. Y al tiempo que un rumor de pasos llega a sus oídos, ve sobresaltado, a alguien que a pocos pasos de él, le saluda en tono amable:
- “Dios te guarde, Miguel,” dice ese alguien.
- “Salam alikum, Mohamed,” contesta el hombre del perro. El tipo bereber, que ahora aparece en la escena, aparenta tener unos 60 años. Es fornido y alto como una espingarda, lleva barba y luce un descomunal bigote, entrecano, también como la barba. Tiene en la mano un fino cuchillo, mientras que en la otra, sostiene una cesta en la que asoman un par de lechugas y algunos tomates revueltos entre manojos de cilantro. El perro, ganando el centro del camino, gruñe sordamente al recién llegado con la boca espumosa, enseñando los colmillos.

- “Tranquilízate y contén a tu Rottweiler; yo solo quería darte estas verduras de mi huerto. Mi sobrino, El Nassir, te aprecia y te envía saludos. También me gustaría que me acompañases a casa para tomar el té.”
-“Gracias, Mohamed - replica Miguel -. Acepto gustoso tu invitación“.

La casa de Mohamed se yergue solitaria a los cuatro vientos sobre un altozano. Es pequeña, pero limpia y acogedora como una jaima. A su alrededor, las flores sobre tiestos multiformes, ponen variadas pinceladas de color. Un olivo plateado, verde grisáceo, repleto de aceitunas, parece estar allí, como para dar amable bienvenida al que llega. Abunda en el entorno del lugar un ambiente apacible Se oye cercano el trino de un jilguero; el pajarillo multicolor lanza su canción al viento, posado en la rama de un rosal silvestre.

Teté, el Rottweiler, ahora está encamado bajo la copa frondosa del olivo, guardando la entrada de la casa. Los dos hombres ya se han acomodado en la pequeña estancia. Hay en el ambiente aromas de jazmín, de hierbabuena y de té. El té a la menta que la diligente esposa de Mohamed servirá de inmediato. Entre tanto, el recién llegado observa con asombro la multitud de libros que yacen apiñados sobre sólidas estanterías. El morador de la casa es, sin duda, un hombre instruido. Tiene un semblante noble y es elegante en sus ademanes. “Puede que me haya equivocado con respecto a él, reflexiona. Al fin decide tantearlo y, de forma enigmática, suelta a bocajarro: “Después de medio milenio, estáis de vuelta...”
El bereber toma un sorbo de su té, entorna levemente los ojos y contesta pausadamente:
- Sé a lo que te refieres. En realidad, nunca nos marchamos. Mira a tu alrededor; verás a tipos de personas con facciones propias de muy diversas etnias. Por esta península, después de la llegada de los que fueron sus primeros pobladores, han pasado romanos, visigodos y árabes, todos ellos dejando su huella indeleble, por la acción demoledora de las dominaciones, como bien dice vuestro sabio historiador Claudio Sánchez Albornoz. Como resultado de ello, hoy nadie puede asegurar que por sus venas no corra algo de sangre árabe, judía, romana o visigoda. Fruto de esa mezcolanza de sangre surgió, de modo impreciso, un estado al que se le dio el nombre de España. Un estado del que unos se enorgullecen y otros abominan.

Los árabes permanecimos aquí por ocho siglos y, durante un tiempo, la cultura hispano-romana-visigótica convivió, en perfecta armonía, con la nuestra, musulmana. Florecieron las ciencias, las letras y las artes. Llegaba, hasta aquí, gente procedente de todos los confines del mundo civilizado; gente atraída hacia un país, que era un emporio de cultura y de riqueza. Filósofos tales como el hispano-árabe Averroes o el hispano-judío Maimónides, aquí nacieron para dar gloria y esplendor al Califato, que se fundó en este suelo, tutelado en sus comicios por Damasco, para después independizarse, soberano. Llegó después la época oscura de la desintegración y formación, a la vez, de los reinos taifas. Y cayó el Califato, al igual que cayó la hispano-romana Itálica. Al duelo de los poetas, toda Córdoba lloraba, dicen los antiguos cantares. Y aún lloramos hoy en día, porque se perdió nuestra identidad; porque se perdió, la perla de el Al-Ándalus“.

CONTINUARÁ.........

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