domingo, 22 de enero de 2012

Saladino, el prohombre

A don Saladino Reinosa, gallego de nacimiento, contador público en La Habana, hasta la llegada de Fidel Castro las cosas marchaban bien para él. Pero cuando el gran dictador hizo su entrada triunfal en la capital, y el pueblo le rendía homenaje, el señor Saladino, para no ser menos, a guisa de bienvenida colocó una pancarta en su balcón con unas letras enormes que decían: "Fidel, ésta es tu casa"
Y Fidel, que no era tonto, le tomó la palabra y se quedó con ella.

Las cosas empezaron a irle mal; así que después de lo de Bahía de Cochinos, volvió a España con lo puesto, y se instaló en Barcelona.

Don Saladino Reinosa, contable experto, pronto se abrió camino en el mundo de la empresa incipiente en España. Estableció contacto con el mundo yanky de las finanzas y asociandose con ellos, montó una empresa de Chewing Gum, que empezó funcionando muy bien. La empresa era hispano-norteamericana, fifty.fifty.
Yo, por aquel entonces, recién llegado del servicio militar, tan solo tenía como bagaje cultural, la formación que había recibido en los Salesianos de Sevilla; y en la primera entrevista que tuve para solicitar empleo, llevé unos dibujos, cosa que a Don Saladino le hizo mucha gracia. Ello, no obstante, no fue impedimento para que Don Saladino me admitiera, como su ayudante contable.

La verdad es que se portó muy bien conmigo. Yo no tenía repajolera idea de contabilidad, pero me pagó un curso en Esade y a partir de ahí me encomendó la tarea de llevar los Libros: El Diario y el Mayor y demás LIbros Auxiliares.
Era un tío simpático. Lo mismo me hablaba de la revolución cubana, que de la derrota española en Santiago, cuando se perdió Cuba, al enfrentarse el almirante Cervera a la escuadra yanky, con unos barcos anticuados. Me contaba ésto algo cabreado. Al parecer los yankys no dejaron intervenir a los mambises, que eran el brazo armado del pueblo cubano. Pero se le pasaba enseguida, cuando se servia un jaigol (High Gold) que es un wisky con soda. A partir de ahí se transformaba en un tío de lo más cachondo.

Pasaron los años y Don Saladino falleció a los 82 años de edad.
Al dar el pésame a su familia, al llegar ante su hija Celia, ésta me abrazó y me dijo: Gracias, Trasimedes. Sé que solamente tú has sentido verdaderamente el que nos haya dejado.

Y este éste es el recuerdo que me ha quedado del gallego, con nombre de sultán otomano, que fue el prohombre que me hizo pensar que aún quedan personas en este mundo dignas de ser recordadas con veneración y respeto.

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