lunes, 16 de enero de 2012

Bajo la cama


Ella estaba bajo la cama, y al mirarla me miró. Yo estaba tumbado en el suelo, boca abajo, y temía que diera un salto, zas, y me mordiera la nariz, o la oreja; ya había ocurrido. No se movió. Desde su esquina me observaba con ojos no sé si amenazadores, suplicantes o indiferentes. Me sorprendió su delgadez, debía llevar algún tiempo sin comer, o comiendo poco, o quizá me dio esa impresión porque era temprano; la falta de luz adelgaza los relieves.

Había funcionado otras veces: alcancé mi zapato con la mano y, despacio, despacio, lo fui aproximando hasta su rincón. Solía subirse, trepando por el tacón, se introducía dentro y asomaba la cabecita hacia adelante, como si fuese conduciendo un automóvil. Entonces yo sacaba el zapato de debajo de la cama, con ella dentro, lentamente, imitando con mis labios el ruido de un motor. Ella se dejaba hacer, sin duda le gustaba. Entonces la cogía y la devolvía a su cajita.

Pero algo falló ese día; no se subió. Ni los días sucesivos. Y en su rincón sigue, indiferente a miradas, zapatitos y ruidos artificiales de motor. Ha encontrado su lugar.

2 comentarios:

Framboise dijo...

¿¿¿qué era???? seguimos sin saberlo... pero bueno... tú, sabrás y es lo que importa ;)

kryzalida dijo...

Para mí no tiene importancia el saber quien o que era, seguramente es ese duendecillo que nos acompaña en los sueños... Kryzalida